sábado, octubre 18, 2025
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Con la montaña como maestra: el viaje de Isi Assler hacia la élite del freeride

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Desde sus primeras caídas autodidactas hasta convertirse en la única sudamericana clasificada al Mundial de Snowboard Freeride 2026, Isi Assler forja una historia de determinación, conexión con la naturaleza y un compromiso inquebrantable con la montaña.

A los 15 años, Isi Assler cambió para siempre sus dos esquís por una tabla. La decisión fue más emocional que racional, motivada por la estética, la libertad y una intuición poderosa: «Lo veía más libre, más creativo… y supe que yo también quería intentarlo». Lo que comenzó como una curiosidad adolescente se convirtió en una vocación profunda que hoy la tiene compitiendo con las mejores riders del planeta.

Desde entonces, su camino ha estado marcado por el esfuerzo, la autoformación y un respeto absoluto por la montaña. No solo se convirtió en instructora y competidora profesional, también vivió una experiencia límite. «Ver cómo el cerro se venía abajo a mis pies fue una imagen que nunca olvidaré», recuerda sobre la avalancha que transformó su relación con la nieve y la impulsó a promover activamente la seguridad en montaña.

«Ver cómo el cerro se venía abajo a mis pies fue una imagen que nunca olvidaré»

El freeride, dice, es mucho más que una disciplina deportiva: es un lenguaje, una forma de habitar el paisaje. «Es como una danza con la naturaleza, una expresión artística y personal». En 2023, sus líneas en Canadá la catapultaron al segundo lugar del ranking americano del Freeride World Qualifier, abriéndole paso al sueño grande: representar a Chile, y a toda Sudamérica, en el Mundial de Andorra 2026.

Pero su relato no es solo deportivo. Isi transmite una ética de conexión y cuidado con el entorno. «No tenemos un planeta de repuesto», afirma con la misma convicción con la que traza sus líneas en la montaña. En esta entrevista, compartimos su historia, sus aprendizajes y su visión de futuro con la misma naturalidad con la que se desliza por la nieve virgen.

¿Cómo se dio el paso del esquí al snowboard y qué sentiste en ese cambio?

Empecé a los 15 años. Hasta entonces, mi mundo era el esquí, pero algo del snowboard siempre me había llamado la atención; lo veía más libre, más creativo. Mi hermano mayor lo practicaba, y al verlo, supe que yo también quería intentarlo. Así que me lancé, literalmente. Aprendí de manera autodidacta, con muchas caídas y porrazos, pero también con una determinación inmensa. Fue un cambio radical, no solo de técnica, sino de perspectiva: el snowboard me conectó con una forma distinta de entender la montaña, más fluida, más intuitiva.

¿En qué momento esa conexión personal se transformó en una vocación más profunda?

Poco a poco me fui sumergiendo. Me formé como instructora, tomé cursos de seguridad en avalanchas, comencé a competir en freeride… y ahí entendí que no era solo un deporte. Era una forma de vida. Me gustaba la exigencia, pero también esa sensación de estar en un entorno que no puedes controlar del todo. Esa incertidumbre, bien entendida, es adictiva y te enseña mucho sobre ti misma.

«El freeride es una danza con la naturaleza; cada bajada es una conversación distinta con la montaña».

¿Qué es lo que hace tan especial al freeride para ti?

La libertad total. En el freeride tú eliges tu línea, tu estilo, tu forma de enfrentarte a la montaña. No hay una pista marcada ni una rutina que repetir. Es como una danza con la naturaleza, una expresión artística y personal. Cada bajada es distinta, porque la montaña cambia con cada tormenta, cada viento, cada capa de nieve. El freeride me conecta profundamente: me hace sentir poderosa y a la vez en paz.

Viviste una experiencia límite en la montaña. ¿Cómo te marcó ese momento?

Fue hace seis años. Estaba en la zona central y quedé atrapada en una avalancha. Ver cómo el cerro se venía abajo a mis pies fue una imagen que nunca olvidaré. Era como un río de nieve, violento y rápido. Tuve la suerte de quedar arriba y no ser enterrada por completo. Esa experiencia me cambió por dentro, ya que entendí que la montaña no es un juego. Desde entonces, asumí una responsabilidad distinta, especialmente en lo que respecta a la seguridad y a educar a otros sobre cómo prepararse.

A nivel deportivo, ¿cuándo sentiste que podías competir con las mejores del mundo?

En 2023, cuando viajé a Canadá a competir en el circuito del Freeride World Qualifier. Participé en tres fechas y terminé segunda en el ranking americano de los Challengers. Ese resultado me hizo ver que no estaba lejos, que realmente podía estar a la altura. Fue la primera vez que me visualicé en un mundial y me lo tomé en serio. Ahí nació el sueño de representar a Chile en Andorra 2026.

¿Cómo es tu vínculo emocional con la montaña?

Muy profundo. La montaña me da perspectiva, me ordena por dentro. Es mi lugar de sanación, de claridad mental, donde puedo respirar hondo y mirar la vida con otros ojos. Estar en la nieve me regala calma, pero también fuerza. Es como una terapia natural que me ayuda a estar alineada conmigo misma. En los días complejos, sé que estar ahí arriba me devuelve el foco.

¿Qué implica para ti la preparación previa a una competencia?

La preparación es integral. A nivel físico, paso muchas horas sobre la tabla, pero también entreno en gimnasio, hago yoga, estiro mucho. El equilibrio corporal es esencial para tener fluidez y control. También cuido mi alimentación, evito los azúcares, el gluten y el alcohol porque siento que me dan más claridad y rendimiento. Y mentalmente, visualizo mucho: cierro los ojos e imagino la línea, los movimientos, la sensación de fluir. Eso hace una gran diferencia.

«La avalancha me enseñó que la montaña no se conquista, se respeta»

Has hablado del respeto por la naturaleza. ¿Cómo lo integras en tu vida diaria?

Intento vivir de forma consciente. Elijo alimentos naturales, evito productos ultraprocesados y reduzco el uso de plásticos. Como guía de montaña, siempre insisto en que la gente se lleve toda su basura, incluso cáscaras de fruta. Puede parecer mínimo, pero en la alta montaña, esos gestos importan. Creo que la educación ambiental debe partir por el ejemplo, y cada acción cuenta.

¿Has sentido que ser mujer ha influido en tu experiencia en este deporte?

Sí, aunque más que barreras externas, a veces son barreras internas. Dudas, inseguridades que uno misma arrastra por cómo ha sido socializada. Pero cuando proyectas seguridad y convicción, esas barreras se van desarmando. Hoy veo más mujeres en la montaña, más referentes, más espacios compartidos. Eso cambia la energía y el panorama para las que vienen detrás.

¿Qué mensaje le darías a una niña que quiere dedicarse al snowboard?

Que confíe en sí misma, incluso cuando todo duela y no le resulte a la primera. Al principio va a costar, pero si le pone corazón, lo va a lograr. Le diría que no escuche los “no puedes” y que se atreva a soñar en grande. El camino no siempre es recto, pero vale totalmente la pena.

¿Qué viene ahora en tu camino?

Estoy entrenando para el Mundial de Andorra 2026. Seré la única chilena y la única snowboarder sudamericana en competencia, y eso me llena de emoción y responsabilidad. Además, participaré en el circuito sudamericano de freeride, que organizan Freeride Chile y Freeride Argentina. Son fechas clave para ganar ritmo y confianza. Estoy enfocada en crecer en lo técnico y también en lo mental. Quiero llegar a ese mundial siendo mi mejor versión.

Pedro Pizarro: girar contra la corriente

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Desde el sur de Chile, este deportista nacional se abre paso en el circuito mundial de snowboard freestyle como seleccionado nacional. Con entrenamientos sobre un volcán activo, financiamiento autogestionado y una visión crítica del deporte, su historia encarna la resiliencia, la técnica y el propósito que definen a los nuevos referentes del alto rendimiento en América Latina. 

La historia de Pedro Pizarro Sallato habla de audacia, atrevimiento y visión a largo plazo. Miembro del equipo nacional de snowboard de Chile, este rider oriundo de Pucón logró inscribir su nombre en la historia del snowboard latinoamericano al convertirse en el primero de la región en aterrizar un 1800 en competencia oficial. Un truco reservado para la élite mundial, ejecutado no solo con precisión técnica, sino con una lectura inteligente del riesgo y una mentalidad forjada en la autogestión y la constancia.

Hay momentos en el deporte donde las leyes físicas parecen ceder ante la voluntad. Cuando Pedro se convirtió en el primer latinoamericano logra aquel hito, no solo desafió la gravedad, sino que desarmó la idea misma de lo que un snowboarder latino puede lograr en el circuito mundial.

“Ese truco nunca es fácil. Lo había probado un par de veces en Banger Park, pero ahí me di cuenta que no tenía un buen porcentaje de caerlo. Ese día, en competencia, decidí cambiar el enfoque mental. Me inventé un eje. Lo visualicé como un frontside 1080, que es un truco que ya manejo, y después le sumé un frontside 720. Lo dividí en partes que mi cuerpo conocía, y de alguna forma todo fluyó. Lo clave fue no pensar en el truco como algo imposible, sino como una suma de movimientos que ya eran míos. Lo demás fue confiar”, relata con una honestidad que revela no solo su nivel técnico, sino una capacidad notable de abstracción y estrategia en medio de la presión competitiva.

«Andar en el volcán me enseñó a fluir con lo que hay. A veces entrenamos con viento cruzado, visibilidad baja, nieve pesada o simplemente sin poder ver bien la línea».

Pedro entrena en el entorno más impredecible de todos: el volcán Villarrica. Lejos de pistas perfectas o snowparks con airbags, su realidad lo ha obligado a desarrollar una habilidad invaluable: la adaptación radical.

“Andar en el volcán me enseñó a fluir con lo que hay. A veces entrenamos con viento cruzado, visibilidad baja, nieve pesada o simplemente sin poder ver bien la línea. Pero eso te afila. Te prepara para cualquier tipo de terreno. Me tocó competir en Suiza y sentí que muchas de esas condiciones extremas que viví en Pucón me daban un plus. Con su inestabilidad, te forma en lo inesperado. Y eso es muy útil en este deporte”, comenta. 

Pero lejos de considerarse un caso aislado, Pedro tiene claro que su recorrido también es parte de un mensaje más amplio; hay talento en el sur del mundo, aunque no siempre con las mismas herramientas.

“Estamos a años luz de países como Austria o Estados Unidos en infraestructura, pero eso no significa que no podamos competir. Sólo hay que encontrar otras formas, otros caminos. En mi caso ha sido ensayo-error, mucha autogestión, visualización mental, y también aprender a caer sin perder el foco. Lo importante es no romantizarlo: no es épico entrenar con poco. Es difícil. Y eso tiene que cambiar”, sostiene. 

El Mundial como punto de partida

Su participación en el Mundial FIS 2025 en St. Moritz fue una prueba de fuego. No logró el resultado esperado, pero el aprendizaje fue más valioso que cualquier medalla.

Pero relata que “fue duro, claro. Uno siempre quiere rendir al máximo. Pero lo que más me marcó fue darme cuenta de que no estamos tan lejos. Vi riders de alto nivel con detalles que yo también puedo trabajar”. 

Por eso -señala-  ahora se encuentra en un proceso muy completo: “entreno con Rideout, que me apoya con una planificación personalizada, y además trabajo el área mental con Clínica Flow Sports. Porque el cuerpo puede llegar lejos, pero si la cabeza no está alineada, te estancas. Y yo quiero seguir creciendo, no solo como rider, también como deportista integral”.

«Y yo quiero seguir creciendo, no solo como rider, también como deportista integral».

Más allá de los trucos, Pedro cultiva un estilo que lo diferencia. Su enfoque está cruzado por el deseo de representar algo más que puntuaciones y representar una sensibilidad.

“Creo que el switch backside rodeo method es el truco que más me define. Tiene un eje que no es el típico, se ve distinto. Me gusta que tenga esa mezcla de técnica y estilo. Es latino en el sentido de que tiene ritmo, flow. Y ahora estoy trabajando en la versión doble para que sea más competitivo. Me importa mucho que cada truco tenga un sello, no que sea solo una copia del manual de X Games”, confiesa.

Pedro también ha debido crear su propio modelo de financiamiento. Entre competencias en Europa y entrenamientos en Norteamérica, los costos son enormes. De ahí nació su campaña de crowdfunding, una herramienta que usó no solo para conseguir recursos, sino también para visibilizar el costo real de ser deportista en Chile.

“Sé que desde afuera suena raro que un deportista tenga que pedir apoyo económico. Pero la realidad es que competir a este nivel es muy caro. Viajes, inscripciones, entrenamientos… todo suma”, sostiene. Añade que “yo recibo apoyo de la Federación y auspiciadores, y sin ellos no podría seguir. Pero para estar realmente presente en el circuito, necesitas más. Por eso el crowdfunding, que me permitió completar una parte importante de la temporada. Y lo que más valoro es el apoyo simbólico. Cuando alguien dona o comparte, se siente que no estás solo. Eso también te da fuerza”.

A mediano plazo, Pedro tiene claro su norte: representar a Chile en los Juegos Olímpicos de Milano-Cortina 2026. Pero su mirada va más allá de lo personal. Se proyecta como formador, como alguien que puede dejar un legado en el deporte nacional.

“Me encantaría, en el futuro, ser coach del equipo junior. Pero también me gustaría empujar cambios en el formato competitivo. Hay algo que vi en la Street League de skate que me hace sentido: combinar slopestyle y big air en una puntuación total. Eso obligaría a los riders a mostrar técnica, creatividad y consistencia. Sería un desafío, pero también una forma más completa de evaluar. Siento que el snowboard tiene espacio para evolucionar en ese sentido, y me gustaría ser parte de esa conversación”, profundiza. 

En un deporte que premia el riesgo y la perfección, Pedro Pizarro aporta algo inusual: propósito. Su carrera no solo es una suma de rotaciones y podios. Es un testimonio de lo que significa construir desde cero, con identidad, resiliencia y un horizonte colectivo.