sábado, octubre 18, 2025
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Santiago Aparicio: donde termina la pista y empieza el alma

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Campeón sudamericano, crítico del sistema deportivo y voz de una nueva generación de riders, el esquiador chileno narra su viaje interior entre lesiones, duelos y sueños olímpicos.

Cuando Santiago Aparicio se lanzó por la ladera en Colorado e hizo un backflip que lo llevó a lo más alto del freeride continental, no estaba pensando en los likes. En su mochila, llevaba algo más pesado que cualquier equipamiento: las cenizas de su padre. Y cuando terminó el truco —que más tarde sería considerado por la comunidad como uno de los momentos más potentes del año—, las esparció en medio de la nieve. Fue un ritual íntimo, no una estrategia de visibilidad. Sin embargo, el video se viralizó. Y lo que parecía una hazaña técnica se convirtió en un mensaje emocional que tocó a miles; el esquí como despedida, el vuelo como forma de agradecer.

“Mi papá falleció esquiando, así que para mí la montaña es mucho más que un lugar donde compito o entreno. Es donde me conecto con él. Esquiar, o incluso simplemente subir a respirar ahí arriba, se volvió una forma de seguir compartiendo con él, de sentirlo cerca”, dice Santiago, mientras recuerda ese día que cambió su forma de pararse en la nieve para siempre. “Lo que poca gente sabe es que iba llorando mientras bajaba, con las antiparras empañadas. Pero era una llorada distinta: una mezcla de felicidad, adrenalina, emoción, homenaje. No era tristeza, era entrega total”.

“No era tristeza, era entrega total”.

La escena es poderosa porque sintetiza su forma de habitar el deporte. En Santi no hay artificio ni discurso calculado. Su historia es la de alguien que ha hecho del esquí freeride una práctica espiritual, emocional y profundamente humana. No se trata solo de ganar títulos, aunque los tiene: campeón nacional en 2017, 2022 y 2023, y campeón sudamericano en la temporada 2022. Tampoco se trata únicamente de dominar la técnica en condiciones extremas, aunque lo hace. Se trata de una forma de estar en el mundo. De interpretar la montaña como lenguaje, como refugio, como vínculo con su historia familiar.

No es coincidencia que ese vínculo esté anclado en la infancia. Su padre fue patrulla de montaña desde los 14 años y Santiago aprendió a caminar prácticamente con esquíes puestos. Sin embargo, confiesa que de pequeño no le gustaba tanto la actividad. “Tenía 2 o 3 años y prefería jugar con la nieve, hacer monos, tirarme en trineo”, recuerda. Ese desapego temprano, paradójicamente, le dio una ventaja. “Más que enseñarme a deslizar desde temprano, mis papás me enseñaron a disfrutar el medio. A no ver la montaña solo como un lugar de rendimiento, sino como un espacio para jugar, explorar y respetar”.

Con los años, esa filosofía se consolidó como su sello. Santi no baja líneas pensando en medallas. Baja como quien se conecta con algo esencial. “Hoy, cuando estoy en una línea difícil o en un momento clave, no estoy pensando en competir. Estoy tratando de conectarme con esa sensación de juego, de estar presente. Esquiar no se trata solo de técnica o fuerza. Se trata de cómo lees el terreno, cómo fluyes, cómo conectas con el entorno”, explica.

“El mejor día es el que vuelves sano a casa. Y en la confianza está el peligro”.

Esa lectura del entorno ha sido puesta a prueba en múltiples ocasiones. En los últimos años, sus principales títulos nacionales llegaron en temporadas de muy poca nieve. Condiciones adversas que, en Chile significan adaptarse. “Cuando hay poca nieve, lo primero es el respeto. No puedes entrar con la misma mentalidad que en un día de powder profundo. Todo cambia; las velocidades, los apoyos, los riesgos. Pero al mismo tiempo, también se vuelve más divertido”, dice con naturalidad. Lejos de idealizar el freeride como una experiencia siempre perfecta, celebra su rudeza. “En los Andes muchas veces no hay un metro de nieve polvo. Hay hielo, costra, viento, roca. Aprendes a valorar la técnica y la adaptabilidad. A veces lo más difícil no está afuera, sino adentro”.

La introspección no es gratuita. A los 19 años, vivió su momento más crítico, luego que una doble rotura de ligamentos en la rodilla izquierda lo dejó fuera de las pistas por más de un año y medio. “En ese momento me creía invencible, como nos pasa a muchos cuando somos chicos y ‘de goma’. Ese accidente me cambió todo”, reconoce. No solo abandonó el esquí freestyle olímpico como meta, sino que comenzó a entender que su permanencia en la montaña dependería más de su criterio que de su arrojo. 

“Pasé de querer ser el mejor del mundo todo el rato, a darme cuenta de que esto también se trata de pasarlo bien y durar muchos años haciéndolo. Dejé de lado el sueño olímpico del freestyle y fui encontrando de a poco mi lugar en el freeride, donde la toma de decisiones, el criterio y la lectura de condiciones pesan tanto como el talento técnico”, sostiene. 

Desde esa madurez nacen dos mantras que repite con convicción: “El mejor día es el que vuelves sano a casa. Y en la confianza está el peligro”.

Aparicio no solo baja montañas, también las estudia. Dedica tiempo a mirar mapas, leer condiciones, visualizar recorridos. Cada línea comienza antes de poner los esquís. Su entrenamiento físico incluye yoga diario, nutrición consciente y una rutina de estiramiento que considera sagrada. “Lo primero es que el flow no empieza justo antes de la bajada. Empieza mucho antes: en la preparación. Si no entrenas, estás fuera. Punto”, sentencia. Y luego, ya en la cima, cierra los ojos, imagina cada transición y agradece. “Pego un buen grito y me dejo fluir. El 80% de la pega está hecha, ahora hay que concretar el otro 20%”.

“El mejor día es el que vuelves sano a casa. Y en la confianza está el peligro”.

Pero lo que más le preocupa hoy no es la técnica, ni el cuerpo, ni siquiera el clima, si no que el sistema. A pesar de sus logros, Santiago no puede vivir del esquí. Trabaja remotamente para una consultora, y con ese ingreso financia sus giras. La profesionalización del deporte es su mayor anhelo, pero también su mayor dilema. “El olimpismo genera una bandera común entre deportistas, marcas y federaciones. Eso siempre suma. Pero el costo es la estructura”, advierte. Y profundiza que “para que una disciplina entre al circuito olímpico necesita reglas claras, criterios de puntuación, estándares técnicos. Y eso inevitablemente le quita un poco de libertad. Lo vimos con el freestyle: se volvió más estructurado, más predecible, más robotizado”.

Aun así, cree en la posibilidad de un “freeride olímpico” que no sacrifique su esencia. “Lo que hace especial a este deporte es su conexión con la montaña, su comunidad, su lado salvaje. Me encantaría verlo en las Olimpiadas, pero también me gustaría que el apoyo al alto rendimiento no dependa solo de los likes”.

En ese punto, es crítico. Denuncia que hoy, muchas veces, quienes reciben más respaldo no son quienes mejores resultados obtienen, sino quienes generan más visualizaciones. “Es una realidad que duele, sobre todo para los atletas más introvertidos o que no tienen tiempo, recursos o ganas de convertirse en ‘creadores de contenido’”.

Por eso, su apuesta es seguir construyendo comunidad desde otro lugar. Compartiendo su experiencia, abriendo espacios, hablando con honestidad. Y, sobre todo, siendo fiel a la montaña que lo formó. Esa montaña que no premia al más popular, sino al que sabe escucharla.

A Santiago Aparicio no lo define un truco viral. Lo define una forma de esquiar que es también una forma de vivir. Una manera de volar que, en lugar de alejarlo, lo trae de vuelta. A su historia. A su padre. A la nieve que lo vio crecer.

Nicolás Bisquertt: la resiliencia que se forja en silencio

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Tras un accidente que le cambió la vida, encontró en la montaña un refugio y una forma de reconstruirse. Su historia no es solo la de un campeón mundial de para esquí, sino la de alguien que aprendió a disfrutar cada giro y a redefinir la victoria.

Nicolás Bisquertt todavía puede describir con lujo de detalle el momento exacto en que decidió entregarse al esquí. Fue hace 10 años, en una competencia internacional. No era la carrera más importante ni la que tenía más visibilidad, pero para él lo cambió todo. “El primer momento en que realmente sentí que esto era lo mío fue a fines de 2015, cuando fui a competir a Argentina. Era mi primera experiencia en este tipo de competencias y me fue muy bien. Me sentí cómodo, disfruté cada bajada y ahí me di cuenta de que quería dedicarme a esto de manera profesional”, recuerda.

Pero su historia no empieza ni termina en la línea de meta. Su biografía está atravesada por un accidente que transformó radicalmente su vida y su manera de enfrentar el mundo. No sabe si fue el momento más difícil, pero sí el más determinante. Desde entonces, aprendió a mirar hacia adelante con una claridad poco común.

“Sin duda, la resiliencia ha estado muy presente en mi vida. He enfrentado momentos difíciles, pero el mayor desafío, honestamente, fue después del accidente. Eso cambió mi vida por completo. No sé si llamarlo el momento más duro, pero sí fue el más determinante. Desde entonces, siempre he tratado de mirar hacia adelante de la mejor manera posible, dando importancia a los momentos que realmente te llenan y dejando de lado las cosas que no valen la pena. Más allá de ese episodio, no creo haber tenido otro momento más difícil en mi vida, confiesa. 

Su fortaleza mental no se reduce a resistir o soportar golpes; es la capacidad de reconstruirse y encontrar sentido en cada nueva etapa. Nicolás no se quedó anclado en lo que perdió, sino que eligió enfocarse en lo que podía crear a partir de ahí. Esa claridad interior, poco frecuente incluso entre deportistas de alto rendimiento, le ha permitido encarar cada bajada como una oportunidad de crecimiento, no como un escenario de presión. Su resiliencia se alimenta de la aceptación radical de su historia, de la disciplina diaria y de una convicción silenciosa que dice que lo valioso no está en el resultado final, sino en cada esfuerzo que lo sostiene.

“El apoyo de mi familia ha sido fundamental. Sin ellos, nada de esto sería posible. Me han acompañado y sostenido a lo largo de toda mi carrera deportiva. Mis amigos también han sido clave; después del accidente uno se da cuenta de quiénes son los verdaderos amigos, los que han estado presentes hasta hoy, aunque algunos no puedan acompañarme físicamente en este momento. Este camino, además, me ha regalado nuevas amistades muy valiosas. He conocido gente increíble en el equipo de esquí que me ha apoyado mucho. Son esos caminos de la vida los que realmente te llenan de cosas buenas”, relata.

La montaña como refugio y como motor

El deporte, y en particular el esquí, se convirtieron en un refugio y en un campo de experimentación constante. Sus días de entrenamiento comienzan temprano, con el sonido agudo del despertador cuando aún no amanece del todo. Después de un desayuno rápido, Nicolás se lanza a la montaña. Cada sesión tiene un objetivo técnico claro: “Para mí, cada día de esquí tiene un objetivo específico. Siempre busco mejorar, aunque sea un detalle pequeño”, cuenta.

“Para mí, lo más importante siempre ha sido el camino: el proceso, la preparación y el esfuerzo diario”.

Después de la mañana en la nieve, sigue el trabajo físico, que varía en intensidad según la etapa de la temporada. Por la tarde, llega el momento de revisar videos y pulir aspectos técnicos. Pero quizás el trabajo más silencioso —y más importante— ocurre en su mente. Gracias a su psicólogo deportivo ha desarrollado protocolos para enfrentar cada competencia con la mentalidad más sólida posible. “He aprendido que, aunque trabajes mucho, a veces el resultado no llega inmediatamente; pero si no trabajas, el resultado nunca va a llegar”, explica.

Todo este esfuerzo encontró un eco potente en 2023, cuando Nicolás ganó la medalla en el Mundial de Para Esquí. Más que una validación externa, fue la confirmación íntima de que el camino elegido era el correcto. “Las emociones en esos momentos son muy intensas. Es una locura poder materializar todo el trabajo de tantos años en un par de carreras. Para mí, lo más importante siempre ha sido el camino; el proceso, la preparación y el esfuerzo diario. Poder celebrarlo con mi familia y mis amigos me llena de felicidad y orgullo”, dice.

En un país donde el deporte adaptado todavía lucha por tener visibilidad, Nicolás observa con lucidez y sin triunfalismos ingenuos. “Chile ha tenido una evolución increíble, realmente una locura. En verano, por ejemplo, el equipo paralímpico ha traído más medallas que el equipo convencional, y eso es tremendo. Sin embargo, siempre falta un poco más: más apoyo, mejor planificación y, sobre todo, programas a largo plazo”, señala. Para él, la clave no está en los proyectos personales ni en los esfuerzos aislados, sino en construir equipos y planes colectivos que perduren en el tiempo y cambien la cultura deportiva del país.

“Mientras disfrutes lo que haces, el recorrido va a ser verdadero y entretenido”.

La montaña, para Nicolás, es mucho más que un espacio físico. Es el escenario donde se expresa sin ataduras y donde cada giro es un acto de libertad. Allí no hay ruido, no hay público, no hay expectativas ajenas; solo el viento y el sonido seco de los esquís cortando la nieve. “La mayor enseñanza que me ha dejado el esquí es que todo se trata de disfrutar el camino. Más allá de los resultados, lo esencial es valorar el proceso y la disciplina diaria”, afirma.

Cuando le preguntan qué consejo le daría a un niño o niña que sueñe con dedicarse al deporte adaptado, responde sin dudar: “Le diría que sueñe en grande, pero que recuerde que soñar no es suficiente: hay que trabajar muchísimo. Se necesita mucha disciplina, constancia y dedicación. Y, sobre todo, hay que disfrutar el camino. Mientras disfrutes lo que haces, el recorrido va a ser verdadero y entretenido. Si fuerzas la situación, no va a funcionar. Por eso, mi consejo es que sueñen, trabajen duro y disfruten cada paso del proceso”. 

Nicolás no necesita grandes gestos para inspirar. Lo hace en la forma en que se planta frente a cada desafío y en su convicción inquebrantable de que el valor real está en cada paso del camino. Si su historia se pudiera resumir en una palabra, esa sería “resiliencia”. No como un eslogan vacío, sino la que se forja en el silencio, en los días que nadie ve y en las derrotas que no aparecen en los titulares.

Hoy, Nicolás sigue bajando la montaña y cada curva es una conversación con su propia historia. No esquía para escapar ni para demostrar nada, lo hace porque en ese espacio encontró la forma más honesta y poderosa de seguir avanzando.