sábado, octubre 18, 2025
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Los Buitres: El vuelo rebelde que abrió el freestyle en la nieve chilena

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Desde saltos kamikaze y bajadas fuera de pista hasta exhibiciones legendarias en Chillán, este grupo de amigos locos por la nieve desafió las reglas, creó una comunidad y marcó el origen del freestyle en Chile. Esta es la historia de sus vuelos, su legado y su conexión eterna con la montaña.

No hay pistas marcadas en esta historia. No tenían plan ni entrenadores, tampoco un manual ni cronómetros. Ellos solo sabían que querían volar. Que el esquí podía ser algo más que deslizarse con técnica por pistas demarcadas. Que los baches, las líneas fuera de pista y los saltos imposibles eran una forma de expresión. Así nació “Los Buitres”, un grupo de amigos que, en los años ochenta, comenzó a practicar esquí acrobático en Chile sin saber que estaban fundando una disciplina. Ellos lo inventaron todo desde cero, a pulso, con pasión, con osadía y con una cuota de locura necesaria para lanzarse desde donde nadie más se atrevía.

“El primer salto fue kamikaze, sin saber nada. Éramos un grupo de amigos con ganas de volar, de hacer algo distinto. Nos metíamos fuera de pista, buscábamos líneas en los bums, subíamos cerros solo para lanzarnos desde donde nadie más lo hacía, aunque no tuviéramos idea de cómo caer”, recuerda Francisco Cortés, uno de los integrantes del grupo, hoy con 54 años y convertido en un referente de la vida en la montaña. Habla con nostalgia desde El Montañés, su restaurante enclavado en La Parva, donde cada invierno vuelve a sus orígenes.

Todo partió con nueve jóvenes inquietos. Eran curiosos, creativos y, como cuenta Francisco Cortés, “un poco pelados de cable”. Con esquíes, tablas recicladas y cualquier cosa que sirviera para impulsarse, salían a improvisar figuras en el aire sin más maestro que la intuición. Al principio fue puro instinto, pero con el tiempo llegaron los auspicios, las invitaciones a exhibiciones, los viajes a Chillán y eventos como el Kent Ski Challenger. Fue entonces cuando el grupo necesitó un nombre, y surgió uno que parecía hecho a su medida: “Los Buitres”.

“Nos autogestionábamos todo: los viajes, la ropa, los esquíes. Lo que sí teníamos era una creatividad brutal y una confianza absoluta entre nosotros».

Lo que comenzó como un juego terminó marcando un precedente. Los Buitres fueron los primeros en Chile en explorar las tres disciplinas originales del esquí acrobático: bumps, ballet y saltos. Lo hacían sin apoyo institucional, sin recursos, sin entrenadores capacitados. “Teníamos que inventar las reglas mientras las rompíamos”, dice Cortés.

“No era freestyle como el de hoy”, aclara Cortés. “En ese entonces, la disciplina se dividía en tres: bums, ballet y saltos. Nosotros hacíamos un poco de todo, nos lanzábamos por donde se pudiera, sin reglas claras ni formatos establecidos. Más que técnica, lo nuestro era intuición. Crear, improvisar, jugar. Con el tiempo, casi sin darnos cuenta, empezamos a profesionalizarnos”. 

El origen: cuando volar era un acto de resistencia

Era una época sin redes sociales ni GoPro. Sin Instagram donde presumir acrobacias ni sponsors que premiaran el riesgo. Saltar por fuera de pista no era tendencia: era marginal. Y sin embargo, Los Buitres lo hacían todos los días. Se entrenaban en El Colorado, La Parva y Valle Nevado. Montaban rampas, cavaban con palas, improvisaban. La montaña era un taller permanente.

“Nos autogestionábamos todo: los viajes, la ropa, los esquíes. Lo que sí teníamos era una creatividad brutal y una confianza absoluta entre nosotros. Todos estábamos un poco locos, pero nos entendíamos bien. Había una hermandad difícil de explicar”, relata Francisco.

De los nueve que partieron, seis terminaron consolidando el corazón del grupo que dejó huella en 1994: Nicolás Beach, Cristóbal Beach, Jorge Palma, Carlos Alessandri, Francisco Cortés y Mauricio Chacón. Fue ese núcleo el que logró llevar el esquí acrobático a otro nivel en Chile, alcanzando cierto grado de profesionalización, con auspiciadores, viajes y exhibiciones que empezaron a llamar la atención. Una de las más emblemáticas eran los recordados Kent Ski Challenger en Chillán. “Todos los años nos invitaban. Íbamos a hacer saltos, a mostrar lo que hacíamos, y de paso, a enseñar esta disciplina que estábamos inventando”, cuenta Cortés. “Era nuestro momento del año. Una fiesta.”

En la memoria de Francisco aparecen nombres que hoy son parte de su biografía emocional. Especialmente los que ya no están. “Nicolás Beach, Cristóbal Beach y Jorge Palma fueron los líderes naturales del grupo. Unos cracks, pero sobre todo amigos que te empujaban a ser mejor, a intentarlo otra vez. Los recuerdo todos los días. Todo lo que hicimos, lo hicimos con ellos”.

La historia de Los Buitres no se quedó en los años noventa. Su legado echó raíces y floreció en una nueva generación. Así nacieron Los Coyotes, un grupo entrenado por los propios Buitres. Ellos recogieron la experiencia, el instinto y la rebeldía del grupo original, y la llevaron hacia una nueva etapa: el freestyle moderno, con snowparks diseñados, competencias oficiales y entrenamientos estructurados. La semilla ya estaba plantada y empezaba a dar frutos.

Pero no solo formaron una comunidad; abrieron un camino. Cambiaron la forma de mirar la montaña. La transformaron en un espacio de juego, de riesgo y de libertad creativa. “Éramos de los pocos que se tiraban por la Chimenea, Santa Teresita o Farellones”, recuerda Cortés. “Escalábamos con los esquíes al hombro y luego nos lanzábamos desde donde casi nadie se atrevía. No era lo común. Fuimos muy pocos los que hacíamos eso en ese entonces”.

«Por Los Buitres pasaron grandes esquiadores que más adelante siguieron otros caminos y se especializaron en distintas disciplinas, como Gastón Ortiz, Pedro Pereda y Kay Holscher», agrega. 

Volar era el punto

Francisco, que hoy tiene 54 años, nunca dejó de desafiar sus propios límites. Hasta hace muy poco siguió activo en la alta competencia, demostrando un compromiso y una pasión inquebrantables por el deporte. En 2023 participó en el prestigioso Freeride Qualifier 4* en Breckenridge, una de las fechas más exigentes del circuito senior, donde se miden los mejores riders de América. Este evento forma parte del Classification World Tour y reúne a los 50 mejores competidores del continente, consolidando a Francisco como un referente indiscutido del freeride a nivel senior y un ejemplo de perseverancia para las nuevas generaciones.

No terminó la carrera —una caída lo dejó fuera—, pero para él, eso fue lo de menos. “Fue una experiencia maravillosa. Lo importante de todo esto es pasarlo bien, disfrutar como un niño. La sensación de deslizamiento, ser parte de la montaña, eso no lo cambio por nada”.

«La sensación de deslizamiento, ser parte de la montaña, eso no lo cambio por nada”.

Hoy, su manera de esquiar ha cambiado. Ya no se trata de saltar más alto ni de romper marcas. Esquiar, para Francisco Cortés, se ha vuelto un acto más íntimo, más conectado con el paisaje que con la velocidad. “Salgo con un par de amigos fanáticos como yo”, dice con una sonrisa tranquila. “Buscamos buena nieve, sí, pero también buenos momentos. Ya no es la adrenalina lo que me mueve. Es el deslizamiento, el silencio, la sensación de estar en armonía con la montaña. Esquiar, para mí, sigue siendo libertad. Solo que ahora, con menos ruido. Y más sentido”.

También observa con atención el presente y el horizonte del esquí chileno. El panorama ha cambiado: los centros de la zona central han comenzado a fusionarse bajo la administración de una empresa internacional, en medio de un escenario marcado por la incertidumbre climática. Pero Francisco no se suma al pesimismo. “Sí, hay cambio climático, es evidente. Pero desde los años 90 que vemos temporadas buenas y otras más escasas. Esta del 2024 ha sido excelente”, comenta.

Su confianza está puesta en la tecnología y en la capacidad de adaptación. “No creo que el esquí en la zona central vaya a desaparecer. Al contrario, creo que esta nueva etapa puede ser un impulso. Ojalá logremos desarrollar una verdadera cultura de montaña en Chile. Eso sería lo más valioso; que más gente se acerque, se forme y se enamore de este mundo como lo hicimos nosotros”.

Ojalá logremos desarrollar una verdadera cultura de montaña en Chile.

Preguntarle qué significó Los Buitres en su vida es abrir un baúl emocional que sigue latiendo. “Fue la época más importante de mi vida. Me enseñaron a perseguir sueños, a ser disciplinado, a vivir de lo que amo. Gracias a ellos, encontré mi lugar en el mundo”.

Porque estos pioneros no fueron solo un grupo de jóvenes esquiadores. Fueron una forma de entender la montaña como un espacio de libertad, de creación y de hermandad. Saltaban sin saber si iban a caer bien. Y muchas veces no caían bien. Pero siempre se levantaban. Siempre volvían a intentarlo. Porque en el fondo, volar era el punto.

Santiago Aparicio: donde termina la pista y empieza el alma

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Campeón sudamericano, crítico del sistema deportivo y voz de una nueva generación de riders, el esquiador chileno narra su viaje interior entre lesiones, duelos y sueños olímpicos.

Cuando Santiago Aparicio se lanzó por la ladera en Colorado e hizo un backflip que lo llevó a lo más alto del freeride continental, no estaba pensando en los likes. En su mochila, llevaba algo más pesado que cualquier equipamiento: las cenizas de su padre. Y cuando terminó el truco —que más tarde sería considerado por la comunidad como uno de los momentos más potentes del año—, las esparció en medio de la nieve. Fue un ritual íntimo, no una estrategia de visibilidad. Sin embargo, el video se viralizó. Y lo que parecía una hazaña técnica se convirtió en un mensaje emocional que tocó a miles; el esquí como despedida, el vuelo como forma de agradecer.

“Mi papá falleció esquiando, así que para mí la montaña es mucho más que un lugar donde compito o entreno. Es donde me conecto con él. Esquiar, o incluso simplemente subir a respirar ahí arriba, se volvió una forma de seguir compartiendo con él, de sentirlo cerca”, dice Santiago, mientras recuerda ese día que cambió su forma de pararse en la nieve para siempre. “Lo que poca gente sabe es que iba llorando mientras bajaba, con las antiparras empañadas. Pero era una llorada distinta: una mezcla de felicidad, adrenalina, emoción, homenaje. No era tristeza, era entrega total”.

“No era tristeza, era entrega total”.

La escena es poderosa porque sintetiza su forma de habitar el deporte. En Santi no hay artificio ni discurso calculado. Su historia es la de alguien que ha hecho del esquí freeride una práctica espiritual, emocional y profundamente humana. No se trata solo de ganar títulos, aunque los tiene: campeón nacional en 2017, 2022 y 2023, y campeón sudamericano en la temporada 2022. Tampoco se trata únicamente de dominar la técnica en condiciones extremas, aunque lo hace. Se trata de una forma de estar en el mundo. De interpretar la montaña como lenguaje, como refugio, como vínculo con su historia familiar.

No es coincidencia que ese vínculo esté anclado en la infancia. Su padre fue patrulla de montaña desde los 14 años y Santiago aprendió a caminar prácticamente con esquíes puestos. Sin embargo, confiesa que de pequeño no le gustaba tanto la actividad. “Tenía 2 o 3 años y prefería jugar con la nieve, hacer monos, tirarme en trineo”, recuerda. Ese desapego temprano, paradójicamente, le dio una ventaja. “Más que enseñarme a deslizar desde temprano, mis papás me enseñaron a disfrutar el medio. A no ver la montaña solo como un lugar de rendimiento, sino como un espacio para jugar, explorar y respetar”.

Con los años, esa filosofía se consolidó como su sello. Santi no baja líneas pensando en medallas. Baja como quien se conecta con algo esencial. “Hoy, cuando estoy en una línea difícil o en un momento clave, no estoy pensando en competir. Estoy tratando de conectarme con esa sensación de juego, de estar presente. Esquiar no se trata solo de técnica o fuerza. Se trata de cómo lees el terreno, cómo fluyes, cómo conectas con el entorno”, explica.

“El mejor día es el que vuelves sano a casa. Y en la confianza está el peligro”.

Esa lectura del entorno ha sido puesta a prueba en múltiples ocasiones. En los últimos años, sus principales títulos nacionales llegaron en temporadas de muy poca nieve. Condiciones adversas que, en Chile significan adaptarse. “Cuando hay poca nieve, lo primero es el respeto. No puedes entrar con la misma mentalidad que en un día de powder profundo. Todo cambia; las velocidades, los apoyos, los riesgos. Pero al mismo tiempo, también se vuelve más divertido”, dice con naturalidad. Lejos de idealizar el freeride como una experiencia siempre perfecta, celebra su rudeza. “En los Andes muchas veces no hay un metro de nieve polvo. Hay hielo, costra, viento, roca. Aprendes a valorar la técnica y la adaptabilidad. A veces lo más difícil no está afuera, sino adentro”.

La introspección no es gratuita. A los 19 años, vivió su momento más crítico, luego que una doble rotura de ligamentos en la rodilla izquierda lo dejó fuera de las pistas por más de un año y medio. “En ese momento me creía invencible, como nos pasa a muchos cuando somos chicos y ‘de goma’. Ese accidente me cambió todo”, reconoce. No solo abandonó el esquí freestyle olímpico como meta, sino que comenzó a entender que su permanencia en la montaña dependería más de su criterio que de su arrojo. 

“Pasé de querer ser el mejor del mundo todo el rato, a darme cuenta de que esto también se trata de pasarlo bien y durar muchos años haciéndolo. Dejé de lado el sueño olímpico del freestyle y fui encontrando de a poco mi lugar en el freeride, donde la toma de decisiones, el criterio y la lectura de condiciones pesan tanto como el talento técnico”, sostiene. 

Desde esa madurez nacen dos mantras que repite con convicción: “El mejor día es el que vuelves sano a casa. Y en la confianza está el peligro”.

Aparicio no solo baja montañas, también las estudia. Dedica tiempo a mirar mapas, leer condiciones, visualizar recorridos. Cada línea comienza antes de poner los esquís. Su entrenamiento físico incluye yoga diario, nutrición consciente y una rutina de estiramiento que considera sagrada. “Lo primero es que el flow no empieza justo antes de la bajada. Empieza mucho antes: en la preparación. Si no entrenas, estás fuera. Punto”, sentencia. Y luego, ya en la cima, cierra los ojos, imagina cada transición y agradece. “Pego un buen grito y me dejo fluir. El 80% de la pega está hecha, ahora hay que concretar el otro 20%”.

“El mejor día es el que vuelves sano a casa. Y en la confianza está el peligro”.

Pero lo que más le preocupa hoy no es la técnica, ni el cuerpo, ni siquiera el clima, si no que el sistema. A pesar de sus logros, Santiago no puede vivir del esquí. Trabaja remotamente para una consultora, y con ese ingreso financia sus giras. La profesionalización del deporte es su mayor anhelo, pero también su mayor dilema. “El olimpismo genera una bandera común entre deportistas, marcas y federaciones. Eso siempre suma. Pero el costo es la estructura”, advierte. Y profundiza que “para que una disciplina entre al circuito olímpico necesita reglas claras, criterios de puntuación, estándares técnicos. Y eso inevitablemente le quita un poco de libertad. Lo vimos con el freestyle: se volvió más estructurado, más predecible, más robotizado”.

Aun así, cree en la posibilidad de un “freeride olímpico” que no sacrifique su esencia. “Lo que hace especial a este deporte es su conexión con la montaña, su comunidad, su lado salvaje. Me encantaría verlo en las Olimpiadas, pero también me gustaría que el apoyo al alto rendimiento no dependa solo de los likes”.

En ese punto, es crítico. Denuncia que hoy, muchas veces, quienes reciben más respaldo no son quienes mejores resultados obtienen, sino quienes generan más visualizaciones. “Es una realidad que duele, sobre todo para los atletas más introvertidos o que no tienen tiempo, recursos o ganas de convertirse en ‘creadores de contenido’”.

Por eso, su apuesta es seguir construyendo comunidad desde otro lugar. Compartiendo su experiencia, abriendo espacios, hablando con honestidad. Y, sobre todo, siendo fiel a la montaña que lo formó. Esa montaña que no premia al más popular, sino al que sabe escucharla.

A Santiago Aparicio no lo define un truco viral. Lo define una forma de esquiar que es también una forma de vivir. Una manera de volar que, en lugar de alejarlo, lo trae de vuelta. A su historia. A su padre. A la nieve que lo vio crecer.