Tras un accidente que le cambió la vida, encontró en la montaña un refugio y una forma de reconstruirse. Su historia no es solo la de un campeón mundial de para esquí, sino la de alguien que aprendió a disfrutar cada giro y a redefinir la victoria.
Nicolás Bisquertt todavía puede describir con lujo de detalle el momento exacto en que decidió entregarse al esquí. Fue hace 10 años, en una competencia internacional. No era la carrera más importante ni la que tenía más visibilidad, pero para él lo cambió todo. “El primer momento en que realmente sentí que esto era lo mío fue a fines de 2015, cuando fui a competir a Argentina. Era mi primera experiencia en este tipo de competencias y me fue muy bien. Me sentí cómodo, disfruté cada bajada y ahí me di cuenta de que quería dedicarme a esto de manera profesional”, recuerda.
Pero su historia no empieza ni termina en la línea de meta. Su biografía está atravesada por un accidente que transformó radicalmente su vida y su manera de enfrentar el mundo. No sabe si fue el momento más difícil, pero sí el más determinante. Desde entonces, aprendió a mirar hacia adelante con una claridad poco común.
“Sin duda, la resiliencia ha estado muy presente en mi vida. He enfrentado momentos difíciles, pero el mayor desafío, honestamente, fue después del accidente. Eso cambió mi vida por completo. No sé si llamarlo el momento más duro, pero sí fue el más determinante. Desde entonces, siempre he tratado de mirar hacia adelante de la mejor manera posible, dando importancia a los momentos que realmente te llenan y dejando de lado las cosas que no valen la pena. Más allá de ese episodio, no creo haber tenido otro momento más difícil en mi vida, confiesa.
Su fortaleza mental no se reduce a resistir o soportar golpes; es la capacidad de reconstruirse y encontrar sentido en cada nueva etapa. Nicolás no se quedó anclado en lo que perdió, sino que eligió enfocarse en lo que podía crear a partir de ahí. Esa claridad interior, poco frecuente incluso entre deportistas de alto rendimiento, le ha permitido encarar cada bajada como una oportunidad de crecimiento, no como un escenario de presión. Su resiliencia se alimenta de la aceptación radical de su historia, de la disciplina diaria y de una convicción silenciosa que dice que lo valioso no está en el resultado final, sino en cada esfuerzo que lo sostiene.
“El apoyo de mi familia ha sido fundamental. Sin ellos, nada de esto sería posible. Me han acompañado y sostenido a lo largo de toda mi carrera deportiva. Mis amigos también han sido clave; después del accidente uno se da cuenta de quiénes son los verdaderos amigos, los que han estado presentes hasta hoy, aunque algunos no puedan acompañarme físicamente en este momento. Este camino, además, me ha regalado nuevas amistades muy valiosas. He conocido gente increíble en el equipo de esquí que me ha apoyado mucho. Son esos caminos de la vida los que realmente te llenan de cosas buenas”, relata.
La montaña como refugio y como motor
El deporte, y en particular el esquí, se convirtieron en un refugio y en un campo de experimentación constante. Sus días de entrenamiento comienzan temprano, con el sonido agudo del despertador cuando aún no amanece del todo. Después de un desayuno rápido, Nicolás se lanza a la montaña. Cada sesión tiene un objetivo técnico claro: “Para mí, cada día de esquí tiene un objetivo específico. Siempre busco mejorar, aunque sea un detalle pequeño”, cuenta.

Después de la mañana en la nieve, sigue el trabajo físico, que varía en intensidad según la etapa de la temporada. Por la tarde, llega el momento de revisar videos y pulir aspectos técnicos. Pero quizás el trabajo más silencioso —y más importante— ocurre en su mente. Gracias a su psicólogo deportivo ha desarrollado protocolos para enfrentar cada competencia con la mentalidad más sólida posible. “He aprendido que, aunque trabajes mucho, a veces el resultado no llega inmediatamente; pero si no trabajas, el resultado nunca va a llegar”, explica.
Todo este esfuerzo encontró un eco potente en 2023, cuando Nicolás ganó la medalla en el Mundial de Para Esquí. Más que una validación externa, fue la confirmación íntima de que el camino elegido era el correcto. “Las emociones en esos momentos son muy intensas. Es una locura poder materializar todo el trabajo de tantos años en un par de carreras. Para mí, lo más importante siempre ha sido el camino; el proceso, la preparación y el esfuerzo diario. Poder celebrarlo con mi familia y mis amigos me llena de felicidad y orgullo”, dice.
En un país donde el deporte adaptado todavía lucha por tener visibilidad, Nicolás observa con lucidez y sin triunfalismos ingenuos. “Chile ha tenido una evolución increíble, realmente una locura. En verano, por ejemplo, el equipo paralímpico ha traído más medallas que el equipo convencional, y eso es tremendo. Sin embargo, siempre falta un poco más: más apoyo, mejor planificación y, sobre todo, programas a largo plazo”, señala. Para él, la clave no está en los proyectos personales ni en los esfuerzos aislados, sino en construir equipos y planes colectivos que perduren en el tiempo y cambien la cultura deportiva del país.

La montaña, para Nicolás, es mucho más que un espacio físico. Es el escenario donde se expresa sin ataduras y donde cada giro es un acto de libertad. Allí no hay ruido, no hay público, no hay expectativas ajenas; solo el viento y el sonido seco de los esquís cortando la nieve. “La mayor enseñanza que me ha dejado el esquí es que todo se trata de disfrutar el camino. Más allá de los resultados, lo esencial es valorar el proceso y la disciplina diaria”, afirma.
Cuando le preguntan qué consejo le daría a un niño o niña que sueñe con dedicarse al deporte adaptado, responde sin dudar: “Le diría que sueñe en grande, pero que recuerde que soñar no es suficiente: hay que trabajar muchísimo. Se necesita mucha disciplina, constancia y dedicación. Y, sobre todo, hay que disfrutar el camino. Mientras disfrutes lo que haces, el recorrido va a ser verdadero y entretenido. Si fuerzas la situación, no va a funcionar. Por eso, mi consejo es que sueñen, trabajen duro y disfruten cada paso del proceso”.
Nicolás no necesita grandes gestos para inspirar. Lo hace en la forma en que se planta frente a cada desafío y en su convicción inquebrantable de que el valor real está en cada paso del camino. Si su historia se pudiera resumir en una palabra, esa sería “resiliencia”. No como un eslogan vacío, sino la que se forja en el silencio, en los días que nadie ve y en las derrotas que no aparecen en los titulares.
Hoy, Nicolás sigue bajando la montaña y cada curva es una conversación con su propia historia. No esquía para escapar ni para demostrar nada, lo hace porque en ese espacio encontró la forma más honesta y poderosa de seguir avanzando.