Desde sus primeras caídas autodidactas hasta convertirse en la única sudamericana clasificada al Mundial de Snowboard Freeride 2026, Isi Assler forja una historia de determinación, conexión con la naturaleza y un compromiso inquebrantable con la montaña.

A los 15 años, Isi Assler cambió para siempre sus dos esquís por una tabla. La decisión fue más emocional que racional, motivada por la estética, la libertad y una intuición poderosa: «Lo veía más libre, más creativo… y supe que yo también quería intentarlo». Lo que comenzó como una curiosidad adolescente se convirtió en una vocación profunda que hoy la tiene compitiendo con las mejores riders del planeta.

Desde entonces, su camino ha estado marcado por el esfuerzo, la autoformación y un respeto absoluto por la montaña. No solo se convirtió en instructora y competidora profesional, también vivió una experiencia límite. «Ver cómo el cerro se venía abajo a mis pies fue una imagen que nunca olvidaré», recuerda sobre la avalancha que transformó su relación con la nieve y la impulsó a promover activamente la seguridad en montaña.

«Ver cómo el cerro se venía abajo a mis pies fue una imagen que nunca olvidaré»

El freeride, dice, es mucho más que una disciplina deportiva: es un lenguaje, una forma de habitar el paisaje. «Es como una danza con la naturaleza, una expresión artística y personal». En 2023, sus líneas en Canadá la catapultaron al segundo lugar del ranking americano del Freeride World Qualifier, abriéndole paso al sueño grande: representar a Chile, y a toda Sudamérica, en el Mundial de Andorra 2026.

Pero su relato no es solo deportivo. Isi transmite una ética de conexión y cuidado con el entorno. «No tenemos un planeta de repuesto», afirma con la misma convicción con la que traza sus líneas en la montaña. En esta entrevista, compartimos su historia, sus aprendizajes y su visión de futuro con la misma naturalidad con la que se desliza por la nieve virgen.

¿Cómo se dio el paso del esquí al snowboard y qué sentiste en ese cambio?

Empecé a los 15 años. Hasta entonces, mi mundo era el esquí, pero algo del snowboard siempre me había llamado la atención; lo veía más libre, más creativo. Mi hermano mayor lo practicaba, y al verlo, supe que yo también quería intentarlo. Así que me lancé, literalmente. Aprendí de manera autodidacta, con muchas caídas y porrazos, pero también con una determinación inmensa. Fue un cambio radical, no solo de técnica, sino de perspectiva: el snowboard me conectó con una forma distinta de entender la montaña, más fluida, más intuitiva.

¿En qué momento esa conexión personal se transformó en una vocación más profunda?

Poco a poco me fui sumergiendo. Me formé como instructora, tomé cursos de seguridad en avalanchas, comencé a competir en freeride… y ahí entendí que no era solo un deporte. Era una forma de vida. Me gustaba la exigencia, pero también esa sensación de estar en un entorno que no puedes controlar del todo. Esa incertidumbre, bien entendida, es adictiva y te enseña mucho sobre ti misma.

«El freeride es una danza con la naturaleza; cada bajada es una conversación distinta con la montaña».

¿Qué es lo que hace tan especial al freeride para ti?

La libertad total. En el freeride tú eliges tu línea, tu estilo, tu forma de enfrentarte a la montaña. No hay una pista marcada ni una rutina que repetir. Es como una danza con la naturaleza, una expresión artística y personal. Cada bajada es distinta, porque la montaña cambia con cada tormenta, cada viento, cada capa de nieve. El freeride me conecta profundamente: me hace sentir poderosa y a la vez en paz.

Viviste una experiencia límite en la montaña. ¿Cómo te marcó ese momento?

Fue hace seis años. Estaba en la zona central y quedé atrapada en una avalancha. Ver cómo el cerro se venía abajo a mis pies fue una imagen que nunca olvidaré. Era como un río de nieve, violento y rápido. Tuve la suerte de quedar arriba y no ser enterrada por completo. Esa experiencia me cambió por dentro, ya que entendí que la montaña no es un juego. Desde entonces, asumí una responsabilidad distinta, especialmente en lo que respecta a la seguridad y a educar a otros sobre cómo prepararse.

A nivel deportivo, ¿cuándo sentiste que podías competir con las mejores del mundo?

En 2023, cuando viajé a Canadá a competir en el circuito del Freeride World Qualifier. Participé en tres fechas y terminé segunda en el ranking americano de los Challengers. Ese resultado me hizo ver que no estaba lejos, que realmente podía estar a la altura. Fue la primera vez que me visualicé en un mundial y me lo tomé en serio. Ahí nació el sueño de representar a Chile en Andorra 2026.

¿Cómo es tu vínculo emocional con la montaña?

Muy profundo. La montaña me da perspectiva, me ordena por dentro. Es mi lugar de sanación, de claridad mental, donde puedo respirar hondo y mirar la vida con otros ojos. Estar en la nieve me regala calma, pero también fuerza. Es como una terapia natural que me ayuda a estar alineada conmigo misma. En los días complejos, sé que estar ahí arriba me devuelve el foco.

¿Qué implica para ti la preparación previa a una competencia?

La preparación es integral. A nivel físico, paso muchas horas sobre la tabla, pero también entreno en gimnasio, hago yoga, estiro mucho. El equilibrio corporal es esencial para tener fluidez y control. También cuido mi alimentación, evito los azúcares, el gluten y el alcohol porque siento que me dan más claridad y rendimiento. Y mentalmente, visualizo mucho: cierro los ojos e imagino la línea, los movimientos, la sensación de fluir. Eso hace una gran diferencia.

«La avalancha me enseñó que la montaña no se conquista, se respeta»

Has hablado del respeto por la naturaleza. ¿Cómo lo integras en tu vida diaria?

Intento vivir de forma consciente. Elijo alimentos naturales, evito productos ultraprocesados y reduzco el uso de plásticos. Como guía de montaña, siempre insisto en que la gente se lleve toda su basura, incluso cáscaras de fruta. Puede parecer mínimo, pero en la alta montaña, esos gestos importan. Creo que la educación ambiental debe partir por el ejemplo, y cada acción cuenta.

¿Has sentido que ser mujer ha influido en tu experiencia en este deporte?

Sí, aunque más que barreras externas, a veces son barreras internas. Dudas, inseguridades que uno misma arrastra por cómo ha sido socializada. Pero cuando proyectas seguridad y convicción, esas barreras se van desarmando. Hoy veo más mujeres en la montaña, más referentes, más espacios compartidos. Eso cambia la energía y el panorama para las que vienen detrás.

¿Qué mensaje le darías a una niña que quiere dedicarse al snowboard?

Que confíe en sí misma, incluso cuando todo duela y no le resulte a la primera. Al principio va a costar, pero si le pone corazón, lo va a lograr. Le diría que no escuche los “no puedes” y que se atreva a soñar en grande. El camino no siempre es recto, pero vale totalmente la pena.

¿Qué viene ahora en tu camino?

Estoy entrenando para el Mundial de Andorra 2026. Seré la única chilena y la única snowboarder sudamericana en competencia, y eso me llena de emoción y responsabilidad. Además, participaré en el circuito sudamericano de freeride, que organizan Freeride Chile y Freeride Argentina. Son fechas clave para ganar ritmo y confianza. Estoy enfocada en crecer en lo técnico y también en lo mental. Quiero llegar a ese mundial siendo mi mejor versión.

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